Estalló un amor enorme.
No supieron ellos, frenar el océano entero
que arribó a dos pechos que se dolían.
Fue primero una poza fría en un río
que no durmió en aquel verano,
después la luna ,entre botellas, incidió luz
en una noche oscura que duró tantos años
como dolores tuvo.
Después él cayó y guardó silencio
en otra cama, dejando pasar las horas
con los ojos encendidos. Esperó la mañana como quién sabe morirse
por amor, pues va de la muerte a la vida sin pasar por las siesta que le repare de tanto ajetreo este, de andar por intramuros.
Llegó la mañana en la que ella apareció
tan bella que dolía,
café y un pan que no comieron intentando
tocarse más atrás de la piel, que es donde ellos se encuentran y crepitan y se tornan celestes y se quedarán así crepitando y celestes una vida entera, si no tuviera fin la mañana que les ocupa.
Y vuelta a sentir el frío que da una despedida
ella camino al atardecer del atlántico dónde cogió conchas tan bonitas como sus manos.
Él parece que ni pudo entregarse a un poema
era tanto de lo que escribir que se atascó en el mechero.
Ella lloró también.
Él buscó ayuda para desatascar el orgullo que paraba el llanto.
Contaron en los corrillos del lugar
que no quedaron tranquilos necesitaron-se
cayendo aguas adentro, todavía más adentro y más adentro
tanto que ya no había agua.
y ya no estaba el océano sino que estaban mirándose la mirada, como quién mira lo que amo y lo que ama.
Estallando otra vez un amor enorme.
a nosotros.